Pues bien, el triunfo de la iniquidad moderna, su
carcajada final frente al Verbo sangrante consiste en que ha logrado clavar su
aguijón en las junturas mismas del concepto con su vocablo. Este último ha sido
robado para violarlo e imponerle el feto de una significación precisamente contraria,
que desde dentro le devora su propio ser significante; se explota su sentido
original para inocular en la mentalidad de los pueblos la idea adversa a lo que
él necesaria e inmediatamente sugiere.
Basta traer a colación los términos justicia, libertad
y liberalismo para entender hasta qué punto es perversa la corrupción
introducida hoy en el lenguaje.
Nombra el primero la voluntad perpetua y constante de
dar a cada uno lo suyo; el segundo, la responsabilidad de determinarse a sí
mismo en el orden operativo y en el mar casi infinito de los medios hacia el único
fin —el sumo Bien— que conforma esencial y exhaustivamente a la naturaleza humana;
el tercero, a aquel que comunica sus propios bienes con el prójimo, sin olvidar
la justicia.
Para el moderno, por el contrario, la justicia
significa la facultad de exigir derechos propios, absolutos y subjetivamente
instituidos, frente a los de los otros, también absolutos y subjetivamente
instituidos. La libertad es la facultad omnímoda del hombre concebido como
principio de sí mismo, con el absurdo consiguiente de que su acción es tal que
plasma su existencia en esencia y finalidad ulteriores a esa existencia. El
vocablo liberal, por último, es quizás el que padece mayor violencia interior;
tanto cuanto por sí designa a aquel que sirve el bien desde las precisiones de
la justicia, en la boca del moderno, sea vulgo, sea pensador de este siglo, nombra
al más hosco detractor y destructor de la verdad y del Bien que jamás haya
existido; al apasionado amante de las tolerancias que puedan liquidar todo lo
que el Verbo divino haya construido en los hombres, ya en la recóndita mansión
del alma y la mente, ya en la complexión social y en las disciplinas humanas.
En resumen, llámase liberal a aquella mentalidad tan baja, que considera
amplitud de criterio su repugnancia al misterio y su sistemática liquidación de
todo lo grande que la plana inteligencia del mediocre no puede entender; la
cual sobre todo, eriza sus libertades y forma cordón policial nada más que en
derredor del Cristo y su Sangre; en cambio, toda pirueta hacia la negación de
los perennes valores divinos y, también, humanos, cuenta con su sonrisa de
bonachón.
Fuente: Fray José Petit de Murat
O-P. - El último progreso de los tiempos modernos: la palabra violada.
Excelente. Muchas gracias por compartirlo.
ResponderBorrarQué profundo!! Hay que leerlo varias veces. Muchas gracias.
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