“¡Cuán bella es la generación casta con claridad!
¡Inmortal es su memoria, y en honor delante de Dios y de los hombres! Pero la
raza de los impíos, aunque multiplicada, de nada servirá; no echarán hondas
raíces los pimpollos bastardos, ni tendrán una estable consistencia. Sus ramas
serán sacudidas por el viento, y desarraigadas por la violencia del huracán”
Sabiduría IV, 1-4.
En pleno Adviento –cuando todo lo visible y lo
invisible reclama alabar al Dios que llega- el Dicasterio para la Doctrina de
la Fe, a cargo de un sujeto repugnante que puso allí otro de la misma ralea,
emitió una Declaración titulada <Fiducia supplicans>, que es una redonda
e infame negación de la doctrina católica.
No es necesario que nos expidamos sobre ella, porque
ya lo han hecho algunas pocas pero intensas voces jerárquicas y autorizadas; y
porque además, la susodicha Declaración, no resiste ninguna confrontación con
un catecismo de primeras nociones. Proponer la bendición de lo que Dios ha maldecido;
cohonestar los apareamientos contra natura, suponer la presencia del Espíritu
donde se ha hecho señorear, a sabiendas, la crasa materia, justificar que sea
bendito lo que el Señor condena como pecado; abrir de par en par las puertas a
la sodomía y a todas las formas de apareamiento, sin exigirles a los réprobos
el camino de la contrición y de la metanoia, es, en primer lugar, un ultraje a
Jesucristo y a Su Iglesia. Pero es, además, y en consecuencia, una ofensa
gratuita, innecesaria y crudelísima a todos aquellos matrimonios que, contra
viento y marea, han vivido dignamente su unión sacramental . Es, en rigor, una
cachetada obscena –la que saben dar histriones ignominiosos como Tucho y
Bergoglio- a aquellos jóvenes que viven castamente su noviazgo, en espera de
consumar la vida conyugal.
Pensando en ellos, en los virtuosos, en el indecible
sufrimiento moral que se les ha infligido con estas Declaración tan tortuosa
cuanto aborrecible; pero pensando principalmente en que Jesucristo reclama ser
desagraviado, elevamos esta Súplica ante la imagen de la Sagrada Familia:
El velo, la mantilla, el blanco lienzo,
el brazo paternal que lleva al ara,
la liturgia que esposos nos declara,
bendícenos, Señor, en este ascenso.
La vida compartida en un extenso
ir y venir por esa senda clara
de júbilos y penas, o el inmenso
amor que del Amor se cautivara.
Bendícenos las cruces y las risas,
el brío juvenil, la vejez dura,
los anillos dorados siempre prietos.
Los trabajos, los días con sus prisas,
el tálamo, la mesa, la aventura.
Bendícenos los hijos y los nietos.
Antonio Caponnetto
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