EL
PREFECTO PORNÓGRAFO
Por
Antonio Caponnetto
“Se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios
incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de
cuadrúpedos y de reptiles” (Romanos 1, 21-27)
El 25 de julio del año 2023, publicamos una nota
titulada “Tucho Fernández, el Badanelli de Bergoglio”. Puede verse completa en
el siguiente sitio: http://www.ncsanjuanbautista.com.ar/search?q=El+Badanelli+de+Bergoglio.
Recordábamos en esas páginas –para decirlo ahora
abreviadamente- la existencia de Pedro Badanelli, un cura explícitamente
sodomita, cismático, pervertido moral, intelectual y psicológicamente;
obsesionado con las morbosidades sexuales y hasta con los delitos originados en
sexopatías clínicas. Fue uno de los brazos derechos de Perón, y ambos sujetos se
manifestaron apoyo, respaldo y complacencia recíprocos. Nuestro análisis tendía
a probar la asqueante asociación -personal y doctrinal- entre la figura de este
prete invertido, con el ahora Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la
Fe: Víctor Manuel Fernández. Demasiados gustos, extravagancias, predilecciones,
obsesiones y monotematismos unen a la distancia a ambos oscuros personajes; y
todo ello, claro, en grave desmedro de la Iglesia, y para escándalo y confusión
de los fieles.
Pero cuando escribimos la mencionada nota, no
conocíamos un libelo del “Prefecto”, que generosamente nos hizo llegar un viejo
y noble amigo. Se trata de “La pasión mística. Espiritualidad y Sensualidad”,
México, Dabar, 1998.
No intentaremos una recensión, pues por razones de
decencia conviene ser prudente en la difusión de las blasfemias. Es, en efecto,
este librete, el fruto retorcido, oscuro, abisal y obsceno de un alma que no
sabe ni quiere ni puede “buscar las cosas de Arriba”, como lo dice el Apóstol
en el capítulo Tercero de la Carta a los Colosenses. Y que en cambio, disfruta,
aún físicamente, esputando al cielo con salivazos de guarango.
Hasta el capítulo 6, el fin explícito de la obra, por
llamarla de alguna manera, es una interpretación en clave sexista de la
conducta de destacados místicos. No decimos interpretación erótica o sensual,
que es lo que el autor quisiera proponer, porque la verdad es que no le da el
caletre ni siquiera para tan discutible propósito. Pues no; la interpretación,
insistimos, es en clave glandular, hormonal, crasamente genital.
De resultas, y corrido el velamen por tan docto
exégeta, los más destacados autores de la mística cristiana, revelarían en sus
testimonios una indisimulada ninfomanía, en el caso de las santas; y unas
calenturas en las bragas, los varones. Así de fácil. Con la particularidad en
ambos grupos de que se valieron de múltiples alusiones bíblicas, y de
referencias a Nuestro Señor para expresar sus deseos. Cuando en realidad lo que
deseaban era otra cosa.
El retrato que hace de Santa María Magdalena de
Pazzi (p. 53 y ss) es tan ultrajante cuanto patético. Sus dichos y sus
actitudes no probarían otra cosa más que “las tremendas pulsiones sensuales”
que la incentivaban, y que “elevaban la temperatura de su cuerpo” a tales
extremos, que salía a desvestirse y a mojarse en los jardines del convento. La
vía unitiva que anhelaban alcanzar, en síntesis, no era un estadio espiritual,
ni el punto de llegada de una prolongada ascesis, ni un salto kirkgergordiano.
Era una unión carnal; y en ciertos casos –como lo dice sin remilgos- valiéndose
los susodichos místicos o beatas de veladas o visibles expresiones lascivas,
lujuriosas y lúbricas. No estamos describiendo una hermenéutica de Freud,
Fromm, Reich o Foucault, sino un ensayo de un devenido Cardenal a cargo del
Dicasterio para la Doctrina de la Fe.
Pero hasta aquí lo más inofensivo del Doctor
Tuchensis. En los capítulos 7, 8 y 9, la pluma aventurera de nuestro guardián
de la Fe, se torna más picante y efervescente.
El 7, por ejemplo, trae una minuciosa y detallada
comparación entre el orgasmo masculino y femenino, incluyendo el papel que
juega en ambos el consumo del material pornográfico (sic). Por lo que nos
venimos a enterar, a esta altura de nuestra senectud, que la mujer “no se
siente menos excitada por la pornografía fuerte” que el hombre, pero que “ a él
le interesa más la vagina que el clítoris”. La mujer “es insaciable y le
inquieta la pornografía violenta” (p. 65-66). ”Pero no olvidemos que a nivel
hormonal y psicológico no existe el macho puro ni la hembra pura” (p. 67); por
lo que, en la práctica, los roles orgásmicos pueden ser intercambiables o
supletorios. El mismo fenómeno sexualmente binario e híbrido sucede en la vida
espiritual. “De hecho, Carlo Carretto, un hombre de características
marcadamente masculinas, nos cuenta que en su encuentro más maravilloso con
Dios, se sintió como una muchachita confiada, lo que no le resultó molesto ni
contrario a sus inclinaciones más profundas, sino dulce y maravilloso” (p. 69).
Toda la hibridez orgásmica <masculino-femenino> que se da en la cama (con
perdón de la antigualla), se da en la vida religiosa. Así “lo prueban los
estudios científicos”, sostiene citando a Wilhem Reich, nada menos (p. 70). Se
lo traducimos fácil: esto es la verbena del puterío.
El capítulo 8, sutilmente titulado “El camino hacia el
orgasmo”, contiene una importante prevención. Y es que este correlato
carnal-espiritual puede no liberarme “de todas mis debilidades psicológicas. No
significa, por ejemplo, que un homosexual necesariamente dejará de serlo”. Pero
tampoco es para preocuparse demasiado. Ante todo porque la homosexualidad no es
un vicio nefando sino una debilidad psicológica; algo así como si los
practicantes de la contranatura no aprobaran el test de Raven. Pero además
porque “la persona puede hacer cosas que objetivamente son pecado, pero no ser
culpable”(p. 74). Principio que, aunque bajo ciertas condiciones podría tenerse
por válido, aquí se aplica con el propósito expreso de exculpar a los
practicantes del homosexualismo.
El punto culminante de la obra (íbamos a decir el
clímax, pero la polisemia no suele ser recomendable en estos casos), lo trae el
capítulo 9, “Dios en el orgasmo de la pareja”. Aquí ya no tenemos dudas de que,
en la mejor hipótesis, estamos ante un sexópata; en la peor, ante un inmoral,
lisa y llanamente hablando. Una especie de Hannibal Lecter que se dio a la fuga
y se disfrazó de Prefecto entre los pliegos de Roma.
Para Tucho “cuando dos seres humanos se aman [nótese
que ni siquiera se habla de esposos o cónyuges] y llegan al orgasmo; y ese
orgasmo vivido en la presencia de Dios, puede ser también un sublime acto de
culto a Dios” (p.85). El silogismo es el siguiente: “Dios ama la felicidad del
hombre; por lo tanto, también es un acto de culto a Dios, vivir un momento de
felicidad”(p. 86). “Entonces el placer sexual es también un acto de culto a
Dios[...]. El placer del orgasmo se convierte en un anticipo de la maravillosa
fiesta del amor que es el cielo”(p. 88). Insistimos en que el autor no habla necesariamente
de la unión sexual legítima entre marido y mujer, consumado en el matrimonio.
Sino de toda copulación de parejas que provoque como resultado un espasmo
satisfactorio.
No estamos solos los católicos en estos descubrimientos
trascendentales para alcanzar la salvación. Tucho –ecuménico y sincretista absoluto
como cuadra a todo buen modernista- sostiene que “también en otras religiones
hay una profunda valoración del placer sexual”; y menciona el caso del
“venerable teólogo egipcio del siglo XV, Al Sonuouti, que hacía la siguiente alabanza
a Dios:<Alabado sea Alá, que afirma los penes duros y rectos como las
lanzas, para hacer la guerra en las vaginas>” (p. 91).
Pido perdón a los lectores por reproducir esta
chaladura fiera y soez; pero ni en serio ni en broma, al llegar a este punto,
resta ánimo alguno para comentar cuanto acabamos de leer. Si acaso un gramo de
decoro, ya no de ortodoxia, se conservara en la silla petrina, el espeluznante
Tucho debería ser depuesto a rítmicos sones de coceaduras. Por el contrario,
cada minuto que transcurra en su puesto, es un agravio inverecundo a la Santa
Madre Iglesia. Le caben a Tucho y a quienes lo han puesto en el podio que lo
excede, el castigo que imagina Dante para los lujuriosos: ser arrasados
continuamente por un negro vendaval, sin esperanza ni reposo, sólo pena (
Infierno, V, 30 y ss). Pero posiblemente mentar al florentino sea exceso para
retratar la bajeza que nos ocupa. Baste nomás un dicho popular argento: <el
que trajo al borracho, que se lo lleve>. Mas como es difícil que el Sumo
Beodo lo haga, Dios se apiade de nos y se lleve a todos los culpables, para
bien de Su Barca y del Pontificado.
Lo que queda, al fin, es una sensación de asco, de
repugnancia, de náusea, de fetidez. Lo que queda es el drama de una iglesia
sodomizada y sodomizante, encabezada por un comediante aciago, manejada por
impostores y tramposos, abyectos y míseros purpurados, que más parecen salidos
del hampa, de los lupanares y de las pestilentes zonas rojas suburbanas, que de
los soplos, las lumbres y las llamas del Espíritu Santo. Aunque queda asimismo,
y por sobre todos los reveses, la esperanza invicta de que la Revolución no derrotará
a la Revelación.
María Inmaculada, vencedora de la serpiente, ora pro
nobis.
Este muchacho está muuuuy mal de la cabeza.
ResponderBorrarTierra maravillosa la mía. La tierra cordobesa, la del Tucho, la del cura Mariani, tan sodomita como el Tucho y tantos otros. La que vota masivamente a Macri y a Milei. Triste, de todas maneras, que personas como Caponnetto, todavía piensen que en el Vaticano todavía está la Iglesia. Allí está la falsa iglesia desde la muerte del último papa Benedicto XVI hace un año ya.
ResponderBorrarExcelente escrito, caro amigo. En vez de prefecto del dicasterio para la doctrina de la fe, este hombre bien podría haber ocupado el cargo de Sexólogo Pontificio en una hipotética Comisión Pontificia para la sexualidad y las parejas. Más allá de los chascarrillos, bromas e ironías, lo que, entre otras cosas, preocupa seriamente es la fijación de este muchacho con esos temas. Hay un problema profundo, complicado y, al parecer, no resuelto, ahí. Mamma mia...
ResponderBorrarP. Christian Ferraro
Dice el p. Castellani acerca de esos últimos tiempos:
ResponderBorrar«El Anticristo reducirá a la Iglesia a su extrema tribulación, al mismo tiempo que fomentará una falsa Iglesia. Matará a los Profetas y tendrá de su lado una manga de profetoides, de vaticinadores y cantores del progresismo y de la euforia de la salud del hombre por el hombre, hierofantes que proclamarán la plenitud de los tiempos y una felicidad nefanda. Perseguirá sobre todo la predicación y la interpretación del Apokalypsis; y odiará con furor aun la mención de la Parusía. En su tiempo habrá verdaderos monstruos que ocuparán cátedras y sedes, y pasarán por varones píos, religiosos y aun santos, porque el Hombre del Pecado tolerará y aprovechará un Cristianismo adulterado» (El Apokalipsis de San Juan, cuad. III, visión 11).
Qué esperan los nacionalistas católicos para reconocer que estamos ante una falsa iglesia y un falso Papa? Seguiremos adorando a la bestia?? Comulgaremos el cuerpo místico del anticristo ?
Explíquennos porfa !!!
Pocos meses antes de regresar yo del exilio español, moría en Navarra Fray Antonio Royo Marín. No pude conocerlo personalmente. La anécdota es intrascendente pero viene al caso. Cada vez que sale a la luz una nueva aberración de Tucho o Bergoglio, busco refugio en los defensores de la sana doctrina. Pero así como el teólogo valenciano, siempre fiel a la Santa Madre Iglesia.
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