Promesa de la Eucaristía
Devoción al Santísimo Sacramento
El texto de mi sermón es muy largo para decirlo de
memoria: voy a leer casi todo el cap. VI de San Juan, el Recitado-Promesa de la
Eucaristía, dicho en la Sinagoga de Cafarnao después de la Primera
Multipanificación. Como saben, los Galileos quisieron arrebatarlo y proclamarlo
Rey, Cristo huyó a la Montaña, y a la noche vino caminando sobre las aguas en
tormenta a la barca de Pedro que rumbeaba hacia Cafarnao; y allí lo encontraron
las turbas que lo buscaban, al otro día, enseñando en la Sinagoga de Cafarnao;
y le dijeron en tono de reproche:
-Maestro ¿cuándo viniste aquí?- queriendo decir en vez
de "¿cuándo?" más bien "¿por qué?".
Y allí comienza el sermón dialogado:
-En verdad os digo:
me andáis buscando
no ya precisamente por haber visto el milagro,
sino porque habéis comido del pan
y panza llena alaba a Dios.
Conseguid no la comida que perece,
mas la que permanece
hacia la vida eterna
que os dará el Hijo del Hombre.
Dicen ellos:
-¿Qué haremos para conseguir
las obras de Dios?
Dice Jesús:
-Esta es la obra de Dios:
que creáis en aquél
que Él envió.
Dicen ellos:
-¿Qué señal haces tú
para que te veamos y creamos?
Nuestros Padres en el desierto
comieron el maná -como está escrito:
Un pan del cielo les diste a comer...
Dice Jesús:
-De verdad os digo:
No Moisés dio a vosotros pan del cielo.
Mi Padre os da el genuino pan del cielo.
Este es el pan de Dios:
Aquel que descendió del cielo
y da la vida al mundo.
Dicen ellos:
-Seiior, danos tú siempre dése pan.
Dice Jesús:
-Yo soy el pan de vida.
Aquel que venga a mí no tendrá hambre,
y aquel que crea en mí no habrá más sed.
Y a os lo he dicho, y vosotros
me veis y no creéis.
Los que mi Padre a mí me da, a mí vienen,
y aquel que viene a mí, no lo echo afuera.
Pues descendí del cielo
no para hacer mi voluntad
sino la voluntad del que me manda.
Y ésta es la voluntad del que me manda,
Mí Padre,
que todo el que Él me dio, yo no lo pierda,
pero lo resucite
en el último día.
Esta es la voluntad
del Padre que me manda:
que todo el que ve al Hijo,
todo quien crea en Él,
tenga la vida eterna,
y yo lo he de resucitar
en el último día.
Pero murmuraban de Él los judíos porque había dicho:
Yo soy el pan viviente que descendió del cielo; diciendo: "¿No es este el
Jesús, el hijo de José, del cual conocemos el padre y la madre?¿Cómo diablos
dice éste: Yo descendí del cielo?"
Respondió Jesús y dijo:
-No murmuréis entre vosotros.
Ninguno puede a mí venir
sí el Padre, el que manda, no lo trae
y yo lo he de resucitar
en el último día.
En los Profetas está escrito:
serán todos docibles [1] para
Dios.
Todo aquel que es docible a Dios y aprende,
viene a mí.
No que ninguno pueda ver al Padre
sino a aquel que de Dios vino,
ése ve al Padre.
De verdad, yo os digo:
quien cree en mí, tiene la vida eterna.
Hasta aquí Cristo habla de la fe y sólo indirectamente
si acaso del Sacramento de la Fe: "YO soy el pan vivo que
desciende el cielo". Primero hay que comer a Cristo en la fe, después
en el Sacramento; y si no se come primero en la fe, de nada sirve comerlo en el
Sacramento -dice San Agustín. Pero desde aquí, comienza Cristo a hablar del
Sacramento:
-Yo soy el pan de vida.
Vuestros padres en el desierto
comieron el maná, pero murieron.
Este es el pan del cielo descendido
para si alguien lo come,
ése no muera.
Y o soy el pan viviente
que desciende del cielo.
Si alguien deste pan comiere
vivirá eternamente,
y el pan que yo daré es mi carne
para la vida del mundo.
Discutían entr'ellos los judíos diciéndose uno al
otro:
-¿Cómo puede éste darnos
su carne de comer?
Dice Jesús:
-Verdad, verdad os digo:
Si no comiereis la carne
del Hijo del Hombre
no tendréis vida en vosotros.
El que come mi carne
y bebe mi sangre
tiene vida eterna.
Mi carne es realmente comida,
Mi sangre es realmente bebida.
El que come mi carne
y bebe mi sangre,
en mí queda y yo en él.
Como vivo mi Padre me mandó,
y yo vivo por mi Padre,
así aquel que me come
él también vive por mí.
Este es el pan del cielo descendido,
no como comieron vuestros padres
el maná en el desierto
y después murieron.
El que come este pan
vivirá eternamente.
He traducido fielmente. Si la traducción cayó en
ritmo, es porque el texto también está en ritmo. Sigue después el escándalo de
muchos que recalcitran; guiados por Judas -según parece por el texto. Jesús
explica que esa comida será celestial, sobrenatural; nombrando como prueba su
futura Ascensión a los cielos:
-El espíritu es el que vivifica,
la carne de nada aprovecha.
Las palabras que os he dicho
de espíritu y vida son...
-¿A dónde iríamos si te dejáramos?
Tú tienes palabras de vida eterna,
-corta San Pedro la discusión:
-Nosotros hemos creído y conocido
que tú eres el Mesías Hijo de Dios;
-reconociéndolo como Mesías y más que Mesías.
Esta es la promesa que suscitó en la Iglesia la más
grande de las devociones. Como ven, Cristo habla del Sacramento no como una
cosa de lujo sino como una cosa de necesidad: la vida eterna, la resurrección,
y "yo estaré en él y él en mí": un contacto vital entre
Dios y el hombre por medio de la carne: un contacto con la fuente de toda vida:
todo lo demás que pueda producir la Comunión, gozo, consuelo, paz, es
secundario.
Los cristianos perseguidos grababan en las catacumbas
figuras de cestos de pan. Desde el siglo quinto comienzan a alzarse en Europa
altares al Sacramento del altar: templos cada vez más imponentes y hermosos
hasta culminar en las insuperables catedrales del siglo XIII y las iglesias
renacentistas del siglo XVI: montañas de piedra que no parecen obras de hombre,
superiores al mortal, que a veces demandaron un siglo para edificarse, y a
veces quedaron sin terminar -como Amiens, Chartres, Colonio, Beauvais, Narbona
y muchas otras; interrumpidas por el terrible flagelo del siglo XIV que se
llamó "la Muerte Negra"- catedrales que aún permanecen sembradas a
centenares por toda Europa, vacías de fieles, monumentos para turistas, para
asombro de generaciones descreídas. No en España: Santiago de Compostela,
Burgos y Sevilla funcionan; y allí en España nació una catedral más valiosa, un
monumento intelectual, los Autos Sacramentales, dramas alegóricos en honor de
la Eucaristía; el talento y el don artístico puestos al servicio del Sacramento
y de la instrucción religiosa del pueblo.
Todo eso pasó, es de otra época, es de la época de la
Cristiandad europea. No hacemos ya catedrales sobrehumanas y autos
sacramentales; si acaso hoy se producen autos antisacramentales, como esas
películas hórridas dese sueco Bergmann. Alguien ha dicho que las catedrales de
la Argentina son los cines; el Gran Rex, por ejemplo; yo diría más
bien que son los Bancos. Las catedrales góticas las hicieron los Gremios; es
decir, los obreros; ahora si nos descuidamos los obreros van a quemar las
catedrales que quedan.
Leyendo los grandes tratados que escribieron en el
siglo XVI los grandes doctores y poetas Luis de León, Luis de Granada Santa
Teresa, San Juan de la Cruz, hoy día nos dejan fríos: a mí por lo menos: estos
días los he releído. Recuerdo que cuando tomé la Primera Comunión, me habían
dicho que tendría un gran gozo y que sería el día más grande de mi vida; y por
la tarde yo le dije a mi madre resueltamente: "No ha sido el día más
grande de mi vida". Ahora consagro y distribuyo el pan consagrado como si
fuese cafiaspirina: con respeto por supuesto solamente algunas veces hay como
un relámpago de asombro y de temor al pensar que tengo en mis manos a Dios en
carne y hueso, no tal como Dios está en todas partes, sino en carne y hueso,
como está misteriosamente en el Sacramento.
Todas esas cosas como "el río de deleites",
"un gozo sobre todos los gozos", "el pan vivo de la paz y del
consuelo", "el vino embriagador que engendra vírgenes", que
hallarán en Fray Luis de León, y en el Psalmo 35, que él cita:
"Serán, Señor, vuestros siervos embriagados con la plétora de los bienes
de vuestras mansiones; daréisles a beber del arroyo impetuoso de vuestros
deleites" ¡ay de mí! yo no los siento, quizás por mis pecados; y lo que es
peor, creo que, fuera de las novicias de la Virgen Niña o las Adoratrices,
pocos lo sienten ya -o ninguno.
He comido tu Pan,
He bebido tu Vino;
En un día de afán
Sin guía y sin camino.
Tu Pan era tan fofo
Como el pan ordinario,
Tu Vino era tan soso
Como el vino diario.
Tan es así, que hoy día muchas personas no sienten
ninguna emoción en la Comunión -y en las demás ceremonias que la rodean- sino
más bien fastidio; y por eso dejan las prácticas religiosas. Una señora
literata me decía: "Yo no practico la religión porque las prácticas me
aburren; y tengo miedo de arrutinarme, como tantas personas que veo que
comulgan cada día y han perdido la humanidad, los sentimientos humanos".
No sé si es verdad esto; pero en todo caso no es razón para
dejar la práctica religiosa. Es cuestión de necesidad, no de gusto.
En vez de sentir lo que dicen los himnos de Fray Luis
de León o Paul Claudel al Santísimo Sacramento, yo siento más bien lo que dijo
el poeta Max Jakob al poeta Jean Cocteau: Max Jakob era un judío convertido,
sólidamente convertido; y Jean Cocteau, un cristiano que se estaba convirtiendo
no sólidamente, pues después se desconvirtió. Cocteau le escribió a Max Jakob:
"Pero Ud. me manda ir a tomar la hostia, como quien toma una
cafiaspirina". -Es que hay que tomar la hostia como quien toma una
cafiaspirina- le contestó el judío. Es decir, no como quien toma una copa de
champán sino como un remedio. Es decir, hemos retornado al principio: la
Eucaristía-necesidad, no la Eucaristía-lujo. No digo que los devotos del siglo
XVI sean reprochables sino más bien envidiables; pero... he ahí. No es ya el
siglo XVI.
Es como en el siglo I, cuando los fieles comían el pan
consagrado al fin de una cena, para "dar testimonio de Cristo
hasta que Él vuelva", dice San Pablo; es decir para poder afrontar el
martirio, como los anestésicos que le dan a uno antes de una operación. Pues
bien, los fieles estamos hoy en el mundo en situación parecida: los verdaderos
católicos son una minoría, rodeada de una mayoría de infieles; o sea,
indiferentes, herejes o apóstatas. Pero hay una gran diferencia con la
primitiva Iglesia; y ella es la zona media entre el buen católico y el hereje;
a saber, los que son católicos y no son católicos, los católicos enfriados o
adulterados; o como dijo uno "mistongos'': aquellos cuya religión se
"naturaliza", es decir, se vacía de lo sobrenatural y se vuelve una
especie de mitología; aquellos que chapurrean la religión pero no la realizan;
y aquellos en fin que, sabiendo o no sabiendo, se encaminan a la peor herejía
que existe, la adoración del Hombre; bajo palabras o imágenes cristianas. El
Domingo pasado por ejemplo leí en "La Prensa" una
poesía sobre el Padre Nuestro, que el poeta Capdevila sin duda cree es muy
cristiana, y los de "La Prensa" creen es muy moderna
-y es modernista: el poeta Capdevila niega la justicia de Dios y pondera su
amabilidad; niega que éste es un valle de lágrimas; dice que Dios quiere que la
Humanidad triunfe; y el pan nuestro sobresustancial de cada día es para él el
pan con manteca y los bifes de chorizo -y el tabaco.
La Eucaristía es más que nada una necesidad. Nuestra
época más que nada necesita remedios. Por radio, revistas, diarios y video
escuchamos las más extraordinarias ilusiones acerca de la nueva época, que
llaman la época "atómica": la prosperidad, el progreso, las
perspectivas divinas desta época atómica: no más lejos de anteayer oí una
conferencia de una destas bachilleras que radiolocutean, toda impregnada de la
más necia adoración de la Ciencia, o sea, la adoración o idolatría del Hombre
con mayúscula, que será la doctrina del Anticristo: otros adoran la Literatura,
la Pintura, Winston Churchill o el Mahatma Gandhi: es todo lo mismo. Me
recuerdo lo que dice el Apokalypsis, y justamente a Laodicea, la
última Iglesia, "Juicio de los Pueblos":
"Tú dices: rico soy y opulento
y nada me falta.
Y no sabes que eres pobre,
indigente y enfermo
y ciego y desnudo".
En nuestra época atómica, el error religioso y todos
los errores tienen la máxima libertad, recursos y auge, de tal modo que parecen
invencibles; y la Ciencia ha inventado, ha fabricado y fabrica, los más
espantosos instrumentos de destrucción, capaces de despoblar toda la tierra; he
ahí, ésa es la opulencia y la prosperidad; corno una tercera parte de la
población del mundo padece hambre o desnutrición; unas pestes tremendas, la
sífilis, y ainda más el cáncer y las neurastenias (que según algunos biólogos
dependen de la sífilis) se han vuelto endémicas; dos guerras casi universales
han traído "las guerras y rumores de guerra", que dijo Cristo, al
frente del escenario. Y siga Ud. contando. Prosigue el Apokalypsis:
"Yo te persuado compres de mí oro encendido,
oro probado para que te hagas rico
y te revistas de vestidos blancos
que no aparezca tu desnudez vergonzosa,
y colirio para ungir tus ojos
para que veas".
Oro, vestidos blancos, remedios, que son las imágenes
continuas de los escritores sacros acerca de la Eucaristía.
"Estoy a la puerta y llamo.
Si alguien me oye y me abre
pasaré la puerta y comeré con él
y él conmigo".
Esta comida con Cristo se ha vuelto tan necesaria como
el alimento corporal: no por nada Cristo creó este contacto vital en forma de
alimento: en el centro de todos los Sacramentos. Los teólogos dicen
que por y para la Eucaristía son todos los Sacramentos, y eso es obvio: el
Bautismo y la Confirmación son para abrir las puertas, y también la Confesión;
la Extremaunción es para suplirla y el Orden para crear sus ministros. ¿Y el
Matrimonio? Los catecismos dicen que el fin del Matrimonio son los hijos; o sea
producir nuevos comulgantes, Primerocomulgantes. Eso está muy traído de los
cabellos. El Doctor de la Iglesia San Roberto Belarmino dice simplemente que la
Eucaristía y el Matrimonio son semejantes; porque son la unión de dos personas,
en la cual la gracia no es impartida por medio de una cosa, sino
personalmente por el autor de la Gracia; y lo mismo dicen los Santos Padres,
que Luis de León enumera en su libro en el Capítulo "Esposo"; y
en fin, el mismo San Pablo dice que el Sacramento del Matrimonio es una figura
de la unión de Cristo con la Iglesia; y por ende, con cada una de las almas
fieles; de modo que es una cosa revelada.
Esta es la alabanza fundamental de la Eucaristía:
produzca o no produzca deleite, es secundario. Es una unión íntima de dos
personas, no de dos espíritus, como podría ser una conversación, sino también
de dos cuerpos; lo cual, esosí, produce frutos espirituales. ¿Qué frutos?
"Obras", dice Santa Teresa, "obras: esa unión debe producir
hijos, que son obras buenas". Cristo ordenó esa unión en forma de
alimento, que es la unión más íntima que existe, ya que el alimento entra a
hacerse el cuerpo mismo del que lo tomó; pero "no creáis que yo me
convertiré en ellos, ellos se convertirán en mí" -dice Cristo en
una desas palabras suyas que nos han quedado fuera de los Evangelios, llamadas
"loguia" (de las cuales muchas son dudosas y siete son auténticas).
Parece un rasgo de la humildad y sencillez de Cristo haber tomado para vehículo
de su Cuerpo y Sangre los más comunes de los alimentos, pan y vino. ¿Y por qué
no pan y agua? Porque pan y agua son comida de presos, y pan y vino son comida
de pobres.
La Eucaristía y el Matrimonio son semejantes, dice
Belarmino. Son una unión de amor, que produce amor y es producida por el amor.
Produce los efectos del Matrimonio (de los buenos matrimonios), hijos, que son
obras; remedio de la concupiscencia, y amor mutuo o amistad conyugal, la
amistad más fuerte que existe, según Aristóteles.
Esos deleites y delicadezas de Fray Luis de León y
Fray Luis de Granada, ellos los sentían, nosotros no: yo dudo que los sintiera
Luis de León, porque raciocina demasiado: la experiencia viva no es tan
raciocinadora: Santa Teresa no raciocina. Pero como Cristo no habla de
“deleites" sino de “resurrección", bien podemos decir que todo el "Cantar
de los Cantares" está allí en la Eucaristía con efecto
retardado hasta la Resurrección. La Comunión con Cristo es en nuestras
almas el foquito escondido de la Resurrección de la carne, que algún día ha de
inflamarse en una gran hoguera. Que procuremos encenderlo un poco en cada
Comunión, bien está; pero si no nos resulta, no es eso lo esencial. Lo esencial
es la cafiaspirina: el remedio de la concupiscencia (que significa no sólo la
sensualidad sino todas las pasiones desordenadas) bien puede ser que sea EN
CIERTO MODO el primer fin del matrimonio; aunque se suele enumerar en segundo
lugar: el remedio de las pasiones morbosas, una amistad serena -y los hijos de
las buenas obras.
Quisiera terminar con una oración al Santísimo
Sacramento. La oración con que termina Fray Luis de León no me sirve; la mía
tiene que ser mucho más humilde y sencilla. Por ejemplo:
Señor Jesús, he pasado la vida recibiéndote
Y he llegado a la vejez ofendiéndote.
Pasé la vida preparándome a comulgar
Y patinando en el mismo lugar.
No he contado las misas, no he sumado las comuniones,
Como hacen algunos de miedo a los ladrones.
Tampoco sé cuántas veces comí pan o vino,
Nunca me faltó y me mantuvo en el camino.
Y supongo que así
Igual, espiritualmente, Tú a mí,
No es de creer me haya de condenar.
Tu Cuerpo entre mis dientes ¿quién me lo podrá quitar?
He comido tu Pan,
He bebido tu Vino,
En un día de afán
Sin guía y sin camino.
Tu Pan era tan fofo
Como el pan ordinario,
Tu Vino era tan soso
Como el vino diario.
Con respeto y temor
Te consagro y recibo.
Vives en mí, Señor,
En Tí espero estar vivo.
[1] Bien dispuestos a recibir una enseñanza, en este caso, la
Revelación.
P. Leonardo Castellani – “Domingueras Prédicas.
Ed. Jauja. Págs. 104-116.
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista
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