Mientras
fue gobernador de Tucumán, varias veces le salimos al cruce a José Alperovich,
por sus manifiestas, reiteradas y explícitas acciones anticatólicas,
inequívocamente movilizadas por su odio judío a la Fe Verdadera. Bajo su
ignominiosa gestión no sólo hubo una actitud ultrajante hacia la Cruz (al punto
de derogar la bandera provincial por ser portadora del Signo de Nuestra
Salvación) sino que fue evidente la propensión de rodearse de declarados agentes
sionistas. Se permitieron sacrilegios monstruosos, sin la reacción condigna de
las jerarquías eclesiásticas locales, y tanto el gobernador como su esposa
hebrea, lucieron su insolencia anticristiana en cuanta oportunidad tuvieron.
El
ataque al pabellón provincial, oportunamente denunciado e impugnado por el Dr.
Exequiel Ávila Gallo, no tendría que haber sido un episodio que quedara impune.
Pero como frente a muchos otros, tanto o más graves, prevaleció la lenidad.
Sólo las familias católicas salieron valerosamente a las calles –recordamos,
por caso, lo acontecido en noviembre del 2009- para frenar a los vándalos de la
contranatura, respaldados además por todo el aparato kirchnerista dominante.
Bien advertía Cervantes en su Coloquio de los perros, el mal enorme que se
entroniza en una sociedad cuando “la costumbre del vicio se vuelve naturaleza”.
Del otro lado de Hispania, Martín Fierro cantó para siempre: “Y sepan que
ningún vicio, acaba donde comienza”. Y así sucedió.
Pero
ahora resulta que este personaje salido de las sinagogas y las logias (uno de
los típicos muchachos peronistas judíos que estudió Ranaam Rein),consolado por
rabinos y sosteniendo una medalla cabalista durante el proceso judicial, acaba
de ser condenado a dieciseís años de prisión por delitos sexuales graves. Y no
hay uno solo, desde el juez, los fiscales, las víctimas, los periodistas, los
opinadores, las empoderadas, los libertarios y los trotskistas, las Lemonine o
las Bregman, que no sostenga que Alperovich se comportó como un señor feudal,
conectando así su figura patibularia y siniestra, no con el judaísmo en el que
nutrió y abreva, sino con la cristiana Edad Media. El malvado, en suma, lo
sería, y por eso su castigo duro, por reeditar tan pésima costumbre de los
medievales y cristianos tiempos. Una jugarreta más de la guerra semántica: el
villano tiene que ser descalificado asociándoselo a cierta categoría católica.
La leyenda negrísima del ius prima noctis retorna inverecunda en pleno siglo
XXI, cuando ya ningún medievalista serio se atreve a sostenerla. Empezando por
la siempre lúcida y veraz Régine Pernoud.
¿Qué
tal si probamos decir –con la misma unanimidad con que se lo acusa de señor
feudal- que la conducta del judío Alperovich lleva el ominoso atributo de la libido
dominandi como arma de control político, con la cual, los judíos de todos
los tiempos, especialmente los modernos, vienen corrompiendo y envileciendo a
las sociedades? ¿Qué tal si en vez de los folletines turbios sobre el derecho de
pernada, estudiamos seriamente la enjundiosa obra de Michael Jones, eruditísima
y exhaustivamente documentada, precisamente sobre la Libido dominandi?
¿Qué tal si en vez de repetir de modo machacón y cursi que triunfó la justicia
contra los abusos de un señor feudal, no empezamos a repetir que se castigó a
un tunante hebreo, dedicado al mercenarismo de la carne humana, como lo
hicieron sus paisanos, en esta pobre patria, desde los tiempos de la tenebrosa
Migdal?
Nada
de esto será posible en una sociedad gobernada por un golem espeluznante como
Milei, secundado por católicos estultos, derechitistas cómplices, pseudo
oposición macabra y partidocracia tan perversa como la democracia que la
prohija. Nada de esto será posible mientras la Iglesia sea la principal aliada
de los deicidas. No vamos a renunciar a la esperanza que cantara oportunamente
Pemán:
“...todo
el oro judío,
no
podrá contra el brío
y la
entereza sana,
de esta
tierra que aún tiene desplantes de aldeana
que a
la hora de parida se va a lavar al río...”.
Pero
para elevar tamaña impetración, La Argentina necesita con urgencia que vuelva a
ondear hasta el tope el estandarte de Facundo Quiroga. Por eso, al menos, queden
ofrecidas nuestras pobres manos de testimoniales mástiles.
Antonio Caponnetto
BRAVO ANTONIO!!!!!!!!
ResponderBorrarBrillante, querido Maestro. Gran abrazo. BRUNO ACOSTA
ResponderBorraralpedovich
ResponderBorrarImpecables palabras! Al mejor y único estilo de su queridísima revista Cabildo! Gracias por tanto!
ResponderBorrarQue vuelva Cabildo..!!!
ResponderBorrarDigna nota del mártir de Dios y de la Patria, JORDAN BRUNO GENTA, que Dios lo sostenga en el trance: HA LLEGADO LA HORA DEL TESTIMONIO. y en mi pobre opinión Usted no arruga, por la Gracia de DIOS.
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