Hace bastante más de diez años escribí
estos versos, dedicados a los soldados argentinos que padecen injusta prisión,
como consecuencia de la vileza marxista constituida en poder. Los hago circular
ahora, nuevamente, en una versión más amplia, para que quede el registro de la
culpa del actual gobierno anarco libertario, al que muchos cristianos
insensatos y miopes contribuyeron a instalar en el supremo mando político. Les
advertimos de muchas formas en qué terminaría este inmoral maridaje. No fuimos
escuchados sino injuriados. Ellos –constituídos en neoderecha rampante- eran
“los que la vieron venir”. Nosotros, los “principistas” incurables. Ahora
(agosto de 2024), a la vista de todos están las pruebas de que, en comunión con
las izquierdas, empezando por las que regentean el Vaticano y las miserables
cúpulas eclesiales nativas, esta nueva gestión gubernativa, supuestamente contraria
a su predecesora, no es sino la otra cara de la misma calderilla emponzoñada, prostibularia
y farisea. Es que los prisioneros de guerra, no son sólo cautivos de la
Revolución Marxista, sino rehenes capturados para asegurar el funcionamiento de
la Democracia Liberal.
Por
Antonio Caponnetto
“Preocupáos
de los presos, como si vosotros estuviérais prisioneros con
ellos”
San
Pablo, Hebreos, 13, 3.
Yo
que icé la bandera hasta el vértice altivo,
en
una plaza de armas soleada de heroísmo,
cuando
todo era joven: el casco, las jinetas,
los
sables aguzados y el viejo patriotismo.
Yo
que domé un desfile en el frío de julio,
desbravando
los vientos o refrenando escarchas,
como
cimbra el jinete sobre un lomo tobiano,
a
grupas del orgullo, osando contramarchas.
Yo
que monté las guardias parapetado en lunas,
al
acecho de sombras homicidas y rojas,
para
que un sueño en calma tuvieran los que nunca
conocen
del peligro su acero y sus congojas.
Yo
que dejé mi lecho y a su vera una cuna,
combatiendo
la senda del terror clandestino,
mientras
casa por casa se encendían los leños,
mansamente
alejados del fuego mortecino.
Yo
convertido en rama, en fantasma o en muro,
en
soldado del Cuerpo de Invisibles Patriotas,
patrullando
amenazas más cruentas que una herida,
más
dolientes que un día bruñido de derrotas.
Yo
que estuve en Potrero de las Tablas, en Lules,
en
Tucumán, la tierra de la caña cetrina,
en
Manchalá, Simoca o en Quebrada de Artaza,
donde
cayeron juntos Maldonado y Berdina.
Yo
que anudé un rosario a mi fusil baqueano,
impetrando
el auxilio del Arcángel Custodio,
por
cumplir el mandato del hermano que dijo:
“camaradas
tirad, pero tirad sin odio”.
Yo
que usé de coraza el pellejo curtido,
cuerpeando
una emboscada de negritud moruna,
me
olvidé de mi nombre para llamarme sangre ,
y
en formoseña tarde me llamé Hermindo Luna.
Yo
que no supe darle resuello a la osamenta,
cada
vez que la patria alistó centuriones,
era
la paz de abril, la cuaresma, el sosiego:
me
volví malvinero con el alma hecha horcones.
Yo
prolongué en el Sur mi baquía en el monte,
o
adiestrada en la selva de ciudades arteras,
bajé
un Harrier intruso fusilando injusticias,
asalté
casamatas, comulgué en las trincheras.
Yo
aquí estoy, prisionero de furentes rencores,
de
infernales venganzas sin bozal ni tabique,
de
olvidos, desmemorias, fingimientos, agravios,
la
juntura execrable del lodo bolchevique.
Yo
aquí estoy, asimismo, prisionero de aquellos
que
claman libertades, antojos irrestrictos,
y
son sólo sirvientes, recaderos sumisos
de
semitas logiados, confesos y convictos.
Yo
advertí la encerrona de aliarse con sus bandas,
de
la patria enemigas aunque el guión enarbolen,
nuestra
causa guerrera nunca fue registrada
en
la agenda sombría de un truculento gólem.
Sin
embargo esta celda no atenaza la Historia,
no
aprisiona las gestas, no aherroja el estandarte,
ni
esclaviza los frutos del amor a la tierra,
pródigo
en las batallas de las que fui baluarte.
No
se arrestan recuerdos, pendones victoriosos,
van
francas las hazañas, de dolores cauterios.
Somos
libres nosotros, prisioneros de guerra,
porque
honor y deberes no sufren cautiverios.
Somos
libres en sueños que fueron realidades,
en
vigilias castrenses de amores escoltados,
el
calabozo tiene un horizonte inmenso,
que
no tienen los ruines, los sepulcros blanqueados.
Al
paso de los años, las nobles soledades,
se
vuelven compañías como la lluvia leve,
no
somos invisibles a la luz de la Historia,
que
no alumbra ni premia el rencor de la plebe.
Nadie
pone cerrojos al cielo en el que habitan
aquellos
que partieron integrando un comando,
su
triunfo será el nuestro, acaso en los confines,
cuando
vuelva un criollo a dar la voz de mando.
UN PATRIOTA CON MAYUSCULAS... Don Antonio Caponnetto
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