San Juan Bautista

San Juan Bautista

domingo, 1 de septiembre de 2024

A 85 años del inicio de la II Guerra Mundial - Bruno Acosta

 


 

“Chamberlain dijo que América y el mundo judío habían forzado a Inglaterra a la guerra” (The Forrestal Diaries, New York, 1951, pág. 121)

“¿Es el mío un grito de guerra? Yo declaro que es la única garantía para la paz” ( Winston Churchill, octubre de 1938)

“De no mediar Gran Bretaña entre Alemania y Polonia sin duda se hubiese encontrado una solución justa y razonable” (Del gobierno alemán al inglés, 3 de setiembre de 1939)

El primero de septiembre se cumplen 85 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Este hecho y su desenlace -la victoria de los aliados- marcó un derrotero religioso, cultural, político, social y económico que el mundo padece hasta nuestros días. Fue el triunfo de las democracias liberales, masónicas y relativistas; fue el triunfo del comunismo ateo. Fue la “Derrota Mundial”, según trillada y plástica expresión de Don Salvador Borrego. Los perdidosos nacionalismos fueron la expresión de vida postrera, las últimas bocanadas de aire, de Occidente. Tras su hundimiento, éste quedóse sin defensas. Al poco tiempo, infiltrada ya desde hace décadas, la Iglesia Católica coronaría su eclipse con el Concilio Vaticano Segundo (1962-1965). Los principios masónicos y liberales penetraron, ya abiertamente, en el propio seno eclesial.

Desde tiempos aún pre bélicos, la propaganda aliada, en manos de judíos, hizo una intensa tarea para presentar a los jefes nacionales como el culmen de la maldad. El oriental Adolfo Agorio, verbigracia, en su libro “Roma y el Espíritu de Occidente”, ya en 1934 advertía esta maniobra contra Hitler, cuando éste solamente llevaba meses en el poder:

“Cualquiera que hubiese leído los dos tomos macizos que Hitler consagró a su experiencia personal a través de las ásperas vicisitudes de su vida, habría podido extraer enseñanzas completamente contrarias a las que, más tarde, hubieron de atribuirle los enemigos. Sus ideas como director de una nueva orientación del Estado llegaban al mundo deformadas por los intereses contrarios a la nueva Alemania”.

“Ya que las palabras de Hitler no podían franquear sin adulteraciones los confines del Reich, se reclamaba desde hacía tiempo una edición de sus discursos, oficialmente autorizada, con el fin de conocer la realidad de su pensamiento. Bajo el lema ‘La joven Alemania quiere trabajo y paz’ la casa editorial berlinesa Liebheit y Thiesen ha querido publicar en varios idiomas las proclamas de esta vigorosa representación de individualidad entre los pueblos germánicos. Un Hitler desconocido, casi imprevisto, aparece en esas páginas. El mundo occidental ignoraba, en efecto, a este pacificador al modo secular […]”

El efecto de la propaganda aliada se comprende fácilmente si se tiene en cuenta que los medios de comunicación de masas estaban en manos hebreas, naturales enemigos de Hitler, ora por su concepción racial, ora por su concepción política o económica. Respecto de los Estados Unidos, escribe Don Salvador Borrego en su “Derrota Mundial”:

“Los aislacionistas -según reconoce Sherwood en ‘Roosevelt y Hopkins’- decían claramente que ‘el país se enfrenta a una maquinación de judíos para hacernos entrar en la guerra’, pero esas denuncias se apagaban ante la gigantesca propaganda que había monopolizado el cable internacional, los estudios de cine y las principales radiodifusoras”.

“En el cine, la Metro Goldwyn Mayer es obra de los israelitas Marcus Loew y Samuel Goldwyn; la Fox Film, del judío William Fuchs; la Warner Bross, de los hermanos Warner; la Universal Film, del también judío Julio Baruch. En cadenas radiodifusoras, las prominentes Radio Corporation of American y Columbia Broadcasting System están controladas por los israelitas David Sarnoff y William Paley. Tres de las cuatro grandes redes de televisión también las manejan ellos, encabezados por Irving Kahn. En la prensa son famosos Adolph Oachs, dueño del ‘New York Times’; Joseph Pulitzer, del ‘New York Word’ y los que controlan la información internacional.”

Mas vuélvase a lo expresado por el oriental Adolfo Agorio; nótese que él denomina a Hitler un “pacificador al modo secular”. ¿No ha hecho, al contrario, la propaganda aliada y la historiografía oficial, a Hitler el culpable de la guerra, fruto de su “ambición”? ¿No ha inventado aquello de la “política de apaciguamiento”, cual dando a entender que los mansos corderitos demócratas, procuraron sosegar al bravo león germánico?

Ciclópea mentira. Y sorprende comprobar cómo, en rigor, Hitler jamás quiso la guerra con Francia y Gran Bretaña -a la cual admiraba-; y que, al contrario, quienes la estimularon fueron sus enemigos judíos, masones y demócratas -entre éstos, principalmente, aquellos cerdos llamados Winston Churchill y Franklin Delano Roosevelt, ambos laderos de la judería o judíos ellos mismos-. 

 

La guerra del judaísmo contra Alemania

Joachim Von Ribbentrop, Ministro de Relaciones Exteriores del Tercer Reich, da cuenta de lo siguiente en sus memorias:

“El ministro de Guerra americano Forrestal anota lo siguiente en su diario sobre una conversación con el embajador Kennedy el 27 de diciembre de 1945 […]: ‘Hoy jugué al golf con Joe Kennedy (embajador de Roosevelt en Londres durante los años de la pre guerra). Le pregunté sobre mi conversación con Roosevelt y Chamberlain en 1938. Él me dijo: […] Ni los franceses ni los británicos hubiesen hecho de Polonia un motivo de guerra si no hubiese sido por la constante insistencia de Washington. Chamberlain dijo que América y el mundo judío habían forzado a Inglaterra a la guerra.’

La raza hebrea -como quedó probado con el testimonio de Agorio- desde la primera hora apuntó contra Hitler. En ese sentido, es conocido el boicot propuesto por la comunidad judía a la Alemania nacionalsocialista. Don Salvador Borrego escribe que “así se explica por qué el 7 de agosto de 1933 -seis años antes de que se iniciara la guerra- Samuel Untermeyer, presidente de la Federación Mundial Económica Judía, había dicho en Nueva York durante un discurso: ‘Agradezco vuestra entusiasta recepción, aunque entiendo que no me corresponde a mí personalmente sino a la Guerra Santa por la humanidad que estamos llevando a cabo. Se trata de una guerra que debe pelearse sin descanso ni cuartel, hasta que se dispersen las nubes de intolerancia, de odio racial y fanatismo que cubren lo que fuera Alemania y ahora Hitlerlandia. Nuestra campaña consiste, en uno de sus aspectos, en el boicot contra todas sus mercancías, buques y demás servicios alemanes […] El primer Presidente Roosevelt, cuya visión y dotes de gobierno constituyen la maravilla del mundo civilizado, lo está invocando para la realización de su noble concepto sobre el reajuste entre el capital y el trabajo [cita de Carlos Roel, ‘Hitler y el Nazismo’]”.

“Es importante observar cómo seis años antes de la que se encontrara el falso pretexto de Polonia para lanzar al Occidente contra Alemania, ya la Federación Mundial Económica Judía le había declarado la guerra de boicot. La lucha armada fue posteriormente una ampliación de la guerra económica.”

“Carlos Roel añade en su obra citada: ‘La judería se alarmó, pues siendo el acaparamiento del oro y el dominio de la banca sus medios de dominación mundial, significaba un grave peligro para ello el triunfo de un Estado que podía pasarse sin oro, y, además, desvincular sus instituciones de crédito de la red internacional israelita, ya que muchos se apresurarían a imitarlo. ¿Cómo evitar ese peligro? No habría sino una forma: aniquilar a Alemania”.

Es que no sólo desde el punto de vista racial -como fue dicho- había una oposición entre el nacionalsocialismo y el judaísmo; sino también desde el económico.

Es interesante notar cómo el judío  Samuel Untermeyer invoca favorablemente al Presidente norteamericano Roosevelt, considerando que su “visión y dotes de gobierno constituyen la maravilla del mundo civilizado”. Esa exageración y esa mentira no son casuales. El propio Roosevelt, uno de los grandes artífices de la Segunda Guerra Mundial, era judío y masón. Así lo demuestra -de nuevo- Don Salvador Borrego:

“Ahora bien, según el árbol genealógico investigado por el Dr. H. Laughlin, del Instituto Carnegie, Franklin D. Roosevelt pertenecía a la séptima generación del israelita Claes Martensen van Rosenvelt, emigrado de España a Holanda en 1620, como consecuencia de la expulsión de los judíos. Este informe fue publicado en 1933 en el ‘Daily Citizen’, de Tucson, Arizona. Posteriormente el ‘Washington Star’ dio una información parecida al morir la madre de Roosevelt, Sarah Delano. Y el israelita A. Slomovitz publicó en el ‘Detroit Jewish Chronicle’ que los antepasados judíos de Roosevelt en el siglo XVI residían en España y se apellidaban Rosa Campo”.

Y respecto de su pertenencia a la masonería, el historiador mexicano acredita que Roosevelt era masón grado 33, “Gran Cerdo” de la Logia 81 “Los Grandes Cerdos de Líbano”, de Warwick, Nueva York. Tenía, pues, este puerco que fue Roosevelt, motivos raciales y masónicos para estar contra Hitler. Recuérdese que el austríaco había abolido a la masonería en Alemania, puesto que había un “antagonismo insoslayable entre la ideología francmasónica y el nacionalsocialismo”; dado que esa secta presentaba un “peligro”, según declaraban las autoridades germanas en el opúsculo “La Francmasonería”, de Dieter Schwarz.

Franklin Delano Roosevelt (“cada quien tiene el segundo nombre que se merece” – Ignacio Braulio Anzoátegui-)

 

La masonería estadounidense, en general, quiso la guerra contra Alemania. En ese sentido, Salvador Borrego da cuenta de que el consejo supremo del Rito Escocés se reunió en Washington el 31 de mayo de 1940 y acordó que el país debía intervenir cuanto antes en la guerra.

 

Ese otro “cerdo”, Winston Churchill

Al puerco Delano Roosevelt, “Gran Cerdo” de la Logia 81 “Los Grandes Cerdos de Líbano”, lo acompañó como instigador de la guerra otro chancho, éste por su fisionomía rolliza y rojiza: Winston Churchill, el alcohólico consuetudinario. Éste, correveidile de los circuncisos, siempre tuvo a Hitler en el blanco.  

Conocida es la admiración del Führer, públicamente manifestada, por el Imperio Británico. Jamás quiso la guerra contra Inglaterra y, una vez ésta en curso, varias veces ofreció la paz. Como acredita Don Salvador Borrego, “Hitler quiso ganarse la amistad de Inglaterra y de Churchill aún antes de que llegara a la Cancillería del Reich. Así lo reconoce el propio Churchill en sus memorias: ‘El verano de 1932 -un año antes de que Hitler asumiera el poder y siete años antes de la guerra- estuve en Munich. Fui visitado por Herr Hanfstaengl, enviado de Hitler. Trataba de hacerse el simpático. Después de la comida tocó todos los aires musicales de mi predilección. Me dijo que debería conocer al Fuehrer. Hitler venía al hotel todas las tardes y tenía seguridad de que me vería con agrado. En el curso de la conversación se me ocurrió preguntar: ¿por qué el jefe de ustedes se muestra tan violento con los judíos? Más tarde, cuando se había vuelto omnipotente, habría yo de recibir varias invitaciones de Hitler. Pero ya entonces habían ocurrido muchas cosas y tuve que excusarme […]”

“Fueron entonces las primeras veces que Churchill dejó a Hitler con la mano tendida. Y no habrían de ser las últimas”.

Y sigue más adelante el escritor mexicano: “El capitán Russell Grenfell, historiador inglés, considera nefasta para el mundo la obstinación con que Churchill se negó a recibir la amistad que Hitler le brindaba a Inglaterra. Y también juzga absurda la indignación con que Churchill se refería a la ‘tiranía nazi’, al mismo tiempo que cortejaba a la tiranía bolchevique, mil veces peor (‘Odio Incondicional’, Cap. R. Grenfell).”

Es increíble comprobar cómo la historiografía oficial ha montado el relato de la “política de apaciguamiento” para frenar a Alemania y pone como ejemplo el Pacto de Munich. Ahora bien: ese acuerdo se logró gracias a los buenos oficios de Mussolini, de un lado; y, de otro, Bruno Spampanato prueba que, dos semanas luego de su firma, Churchill le dijo a los norteamericanos: “debemos rearmar”, “el pueblo británico aguardará bien despierto cualquier eventualidad”, “existe ya una oposición entre nazismo y democracia”, “nos defenderemos contra la barbarie”, etc. “Esto y algo más dijo Churchill a América” -continúa Spampanato- “¿Es el mío un grito de guerra? Yo declaro que es la única garantía para la paz”.

Winston Churchill. Sólo le faltaba decir “oinc, oinc”

 

La propuesta alemana y su rechazo

Hasta este punto, se ha probado sumariamente de qué manera el judaísmo, la masonería y los demócratas deseaban la guerra contra Alemania. Ahora bien: ¿qué fue lo que encendió el conflicto?

El Reich quería llegar a un acuerdo diplomático con Polonia para solucionar el álgido tema del “Corredor Polaco”. El Tratado de Versalles había hecho un desastre en ese punto, al separar Prusia Oriental del resto de Alemania y al darle a Danzig el estatuto de “ciudad libre” bajo tutela polaca, cuando era una ciudad alemana. ¿Cuál fue su propuesta? ¿Fue acaso salvaje, desmedida, inaceptable? De ninguna manera. Así la refiere primariamente Von Ribbentrop, Canciller alemán, en sus memorias:

“1. Reincorporación a Alemania de la ciudad libre de Danzig. Danzig es una ciudad alemana, lo fue siempre y seguirá siéndolo.

2. Alemania tendrá a través del Corredor una autopista y una línea férrea, que pertenecerán al Reich y tendrán carácter extraterritorial.

3. Por su parte, Polonia tendrá asimismo una carretera o una autopista y un ferrocarril, que conduzcan a Danzig y un puerto.

4. Polonia garantizará la celebración de unas elecciones libres en el territorio de Danzig.

5. Las dos naciones reconocen sus fronteras comunes y están dispuestas, además, a suscribir una mutua garantía territorial.

6. El tratado germano-polaco será renovado por un plazo de 25 años.

7. Los dos países se someten a la cláusula consultiva del tratado.”


El “Corredor Polaco”, artificio de Versalles

 

El hecho de que Polonia no haya aceptado esta razonable proposición y que, instigada por Francia y Gran Bretaña, haya movilizado sus tropas y motivado las “operaciones” alemanas en Polonia (que tal acotado carácter tenían prístinamente), evidencia cómo las “fuerzas ocultas”, por medio de la crisis polaca, estaban buscando el casus belli contra Hitler que finalmente encontraron. 

Según informa Spampanato, el 3 de septiembre de 1939, el gobierno alemán, en comunicación con el británico, resumía su parecer: “desde hace muchos meses reina prácticamente en las fronteras orientales un estado de guerra […] de no mediar Gran Bretaña entre Alemania y Polonia sin duda se hubiese encontrado una solución justa y razonable […] El Reich sólo ha pedido una revisión de los artículos del tratado de Versalles que ya en la época de la conclusión del diktat fueron considerados, por estadistas razonables de todos los pueblos, como imposibles e insostenibles para una gran nación”.

“Recapitulando sobre el ‘ahogo’ militar, económico y aduanero perpetrado por los polacos contra el Danzig, opuesto a su estatuto de ciudad libre, y la situación insoportable del Corredor y las trágicas condiciones de las minorías -escribe Spampanato- la respuesta del Reich insiste en que Alemania sólo quería alcanzar una solución equitativa; y que Inglaterra pudiera haber convencido a Polonia en vez de ‘alentarla en su actitud delictiva y amenazadora para la paz de Europa’”.

“La contestación alemana recuerda: ‘en semejante estado de espíritu, el gobierno británico ha llegado a rechazar las proposiciones de Mussolini que aún podían salvar la paz de Europa, pese a que el gobierno alemán se declaró dispuesto a aceptar. El gobierno británico asume, por consiguiente, la responsabilidad de todas las desgracias y sufrimientos que han de caer sobre muchos pueblos’”.

Joachim Von Ribbentrop, Canciller del Tercer Reich. Propuso una salida pacífica. Fue democráticamente ahorcado.

 

Palabras finales

Es manida la frase según la cual “los vencedores escriben la Historia”. En el caso de la Segunda Guerra Mundial, se verifica plenamente. Tarea es de quienes aman la Verdad y tienen Coraje, develar lo que realmente ocurrió en esos años decisivos. La Providencia Divina permitió la “Derrota Mundial”, quedó dicho. Mas pronto será la hora del Triunfo, y aplastadas serán las fuerzas del Mal. Que así sea.

 

BRUNO ACOSTA

San Felipe y Santiago de Montevideo, treinta de agosto de dos mil veinticuatro


Fuente: Revista Verdad



1 comentario: