“Chamberlain dijo que América y el mundo judío habían
forzado a Inglaterra a la guerra” (The Forrestal Diaries, New York, 1951, pág.
121)
“¿Es el mío un grito de guerra? Yo declaro que es la
única garantía para la paz” ( Winston Churchill, octubre de 1938)
“De no mediar Gran Bretaña entre Alemania y Polonia sin
duda se hubiese encontrado una solución justa y razonable” (Del gobierno alemán
al inglés, 3 de setiembre de 1939)
El primero de septiembre se cumplen 85 años del inicio de
la Segunda Guerra Mundial. Este hecho y su desenlace -la victoria de los
aliados- marcó un derrotero religioso, cultural, político, social y económico
que el mundo padece hasta nuestros días. Fue el triunfo de las democracias
liberales, masónicas y relativistas; fue el triunfo del comunismo ateo. Fue la
“Derrota Mundial”, según trillada y plástica expresión de Don Salvador Borrego.
Los perdidosos nacionalismos fueron la expresión de vida postrera, las últimas
bocanadas de aire, de Occidente. Tras su hundimiento, éste quedóse sin
defensas. Al poco tiempo, infiltrada ya desde hace décadas, la Iglesia Católica
coronaría su eclipse con el Concilio Vaticano Segundo (1962-1965). Los
principios masónicos y liberales penetraron, ya abiertamente, en el propio seno
eclesial.
Desde tiempos aún pre bélicos, la propaganda aliada, en
manos de judíos, hizo una intensa tarea para presentar a los jefes nacionales
como el culmen de la maldad. El oriental Adolfo Agorio, verbigracia, en su
libro “Roma y el Espíritu de Occidente”, ya en 1934 advertía esta maniobra
contra Hitler, cuando éste solamente llevaba meses en el poder:
“Cualquiera que hubiese leído los dos tomos macizos que
Hitler consagró a su experiencia personal a través de las ásperas vicisitudes
de su vida, habría podido extraer enseñanzas completamente contrarias a las
que, más tarde, hubieron de atribuirle los enemigos. Sus ideas como director de
una nueva orientación del Estado llegaban al mundo deformadas por los intereses
contrarios a la nueva Alemania”.
“Ya que las palabras de Hitler no podían franquear sin
adulteraciones los confines del Reich, se reclamaba desde hacía tiempo una
edición de sus discursos, oficialmente autorizada, con el fin de conocer la realidad
de su pensamiento. Bajo el lema ‘La joven Alemania quiere trabajo y paz’ la
casa editorial berlinesa Liebheit y Thiesen ha querido publicar en varios
idiomas las proclamas de esta vigorosa representación de individualidad entre
los pueblos germánicos. Un Hitler desconocido, casi imprevisto, aparece en esas
páginas. El mundo occidental ignoraba, en efecto, a este pacificador al modo
secular […]”
El efecto de la propaganda aliada se comprende fácilmente
si se tiene en cuenta que los medios de comunicación de masas estaban en manos
hebreas, naturales enemigos de Hitler, ora por su concepción racial, ora por su
concepción política o económica. Respecto de los Estados Unidos, escribe Don
Salvador Borrego en su “Derrota Mundial”:
“Los aislacionistas -según reconoce Sherwood en
‘Roosevelt y Hopkins’- decían claramente que ‘el país se enfrenta a una
maquinación de judíos para hacernos entrar en la guerra’, pero esas
denuncias se apagaban ante la gigantesca propaganda que había monopolizado el
cable internacional, los estudios de cine y las principales radiodifusoras”.
“En el cine, la Metro Goldwyn Mayer es obra de los
israelitas Marcus Loew y Samuel Goldwyn; la Fox Film, del judío William Fuchs;
la Warner Bross, de los hermanos Warner; la Universal Film, del también judío
Julio Baruch. En
cadenas radiodifusoras, las prominentes Radio Corporation of American y
Columbia Broadcasting System están controladas por los israelitas David Sarnoff
y William Paley. Tres de las cuatro grandes redes de televisión también las
manejan ellos, encabezados por Irving Kahn. En la prensa son famosos Adolph
Oachs, dueño del ‘New York Times’; Joseph Pulitzer, del ‘New York Word’ y
los que controlan la información internacional.”
Mas vuélvase a lo expresado por el oriental Adolfo
Agorio; nótese que él denomina a Hitler un “pacificador al modo secular”. ¿No
ha hecho, al contrario, la propaganda aliada y la historiografía oficial, a
Hitler el culpable de la guerra, fruto de su “ambición”? ¿No ha inventado
aquello de la “política de apaciguamiento”, cual dando a entender que los
mansos corderitos demócratas, procuraron sosegar al bravo león germánico?
Ciclópea mentira. Y sorprende comprobar cómo, en rigor,
Hitler jamás quiso la guerra con Francia y Gran Bretaña -a la cual admiraba-; y
que, al contrario, quienes la estimularon fueron sus enemigos judíos, masones y
demócratas -entre éstos, principalmente, aquellos cerdos llamados Winston
Churchill y Franklin Delano Roosevelt, ambos laderos de la judería o judíos
ellos mismos-.
La guerra del judaísmo contra Alemania
Joachim Von Ribbentrop, Ministro de Relaciones Exteriores
del Tercer Reich, da cuenta de lo siguiente en sus memorias:
“El ministro de Guerra americano Forrestal anota lo siguiente
en su diario sobre una conversación con el embajador Kennedy el 27 de diciembre
de 1945 […]: ‘Hoy jugué al golf con Joe Kennedy (embajador de Roosevelt en
Londres durante los años de la pre guerra). Le pregunté sobre mi conversación
con Roosevelt y Chamberlain en 1938. Él me dijo: […] Ni los franceses ni los
británicos hubiesen hecho de Polonia un motivo de guerra si no hubiese sido por
la constante insistencia de Washington. Chamberlain
dijo que América y el mundo judío habían forzado a Inglaterra a la guerra.’”
La raza hebrea -como quedó probado con el testimonio de
Agorio- desde la primera hora apuntó contra Hitler. En ese sentido, es conocido
el boicot propuesto por la comunidad judía a la Alemania nacionalsocialista.
Don Salvador Borrego escribe que “así se explica por qué el 7 de agosto de
1933 -seis años antes de que se iniciara la guerra- Samuel Untermeyer,
presidente de la Federación Mundial Económica Judía, había dicho en Nueva York
durante un discurso: ‘Agradezco vuestra entusiasta recepción, aunque entiendo
que no me corresponde a mí personalmente sino a la Guerra Santa por la
humanidad que estamos llevando a cabo. Se trata de una guerra que debe pelearse
sin descanso ni cuartel, hasta que se dispersen las nubes de intolerancia, de
odio racial y fanatismo que cubren lo que fuera Alemania y ahora Hitlerlandia. Nuestra
campaña consiste, en uno de sus aspectos, en el boicot contra todas sus
mercancías, buques y demás servicios alemanes […] El primer Presidente
Roosevelt, cuya visión y dotes de gobierno constituyen la maravilla del mundo
civilizado, lo está invocando para la realización de su noble concepto sobre el
reajuste entre el capital y el trabajo [cita de Carlos Roel, ‘Hitler y el
Nazismo’]”.
“Es importante observar cómo seis años antes de la que se
encontrara el falso pretexto de Polonia para lanzar al Occidente contra
Alemania, ya la Federación Mundial Económica Judía le había declarado la guerra
de boicot. La lucha armada fue posteriormente una ampliación de la guerra
económica.”
“Carlos Roel añade en su obra citada: ‘La judería se
alarmó, pues siendo el acaparamiento del oro y el dominio de la banca sus
medios de dominación mundial, significaba un grave peligro para ello el triunfo
de un Estado que podía pasarse sin oro, y, además, desvincular sus
instituciones de crédito de la red internacional israelita, ya que muchos se
apresurarían a imitarlo. ¿Cómo evitar ese peligro? No habría sino una forma:
aniquilar a Alemania”.
Es que no sólo desde el punto de vista racial -como fue
dicho- había una oposición entre el nacionalsocialismo y el judaísmo; sino también
desde el económico.
Es interesante notar cómo el judío
Samuel Untermeyer invoca favorablemente al Presidente norteamericano
Roosevelt, considerando que su “visión y dotes de gobierno constituyen la
maravilla del mundo civilizado”. Esa exageración y esa mentira no son
casuales. El propio Roosevelt, uno de los grandes artífices de la Segunda
Guerra Mundial, era judío y masón. Así lo demuestra -de nuevo- Don Salvador
Borrego:
“Ahora bien, según el árbol genealógico investigado por
el Dr. H. Laughlin, del Instituto Carnegie, Franklin D. Roosevelt pertenecía a
la séptima generación del israelita Claes Martensen van Rosenvelt, emigrado de
España a Holanda en 1620, como consecuencia de la expulsión de los judíos. Este
informe fue publicado en 1933 en el ‘Daily Citizen’, de Tucson, Arizona.
Posteriormente el ‘Washington Star’ dio una información parecida al morir la
madre de Roosevelt, Sarah Delano. Y el israelita A. Slomovitz publicó en el
‘Detroit Jewish Chronicle’ que los antepasados judíos de Roosevelt en el siglo
XVI residían en España y se apellidaban Rosa Campo”.
Y respecto de su pertenencia a la masonería, el historiador mexicano acredita que Roosevelt era masón grado 33, “Gran Cerdo” de la Logia 81 “Los Grandes Cerdos de Líbano”, de Warwick, Nueva York. Tenía, pues, este puerco que fue Roosevelt, motivos raciales y masónicos para estar contra Hitler. Recuérdese que el austríaco había abolido a la masonería en Alemania, puesto que había un “antagonismo insoslayable entre la ideología francmasónica y el nacionalsocialismo”; dado que esa secta presentaba un “peligro”, según declaraban las autoridades germanas en el opúsculo “La Francmasonería”, de Dieter Schwarz.
Franklin Delano Roosevelt (“cada
quien tiene el segundo nombre que se merece” – Ignacio Braulio Anzoátegui-)
La masonería estadounidense, en general, quiso la guerra
contra Alemania. En ese sentido, Salvador Borrego da cuenta de que el consejo
supremo del Rito Escocés se reunió en Washington el 31 de mayo de 1940 y acordó
que el país debía intervenir cuanto antes en la guerra.
Ese otro “cerdo”, Winston Churchill
Al puerco Delano Roosevelt, “Gran Cerdo” de la Logia 81
“Los Grandes Cerdos de Líbano”, lo acompañó como instigador de la guerra otro
chancho, éste por su fisionomía rolliza y rojiza: Winston Churchill, el
alcohólico consuetudinario. Éste, correveidile de los circuncisos, siempre tuvo
a Hitler en el blanco.
Conocida es la admiración del Führer, públicamente
manifestada, por el Imperio Británico. Jamás quiso la guerra contra Inglaterra
y, una vez ésta en curso, varias veces ofreció la paz. Como acredita Don
Salvador Borrego, “Hitler quiso ganarse la amistad de Inglaterra y de
Churchill aún antes de que llegara a la Cancillería del Reich. Así lo reconoce
el propio Churchill en sus memorias: ‘El verano de 1932 -un año antes de que
Hitler asumiera el poder y siete años antes de la guerra- estuve en Munich. Fui
visitado por Herr Hanfstaengl, enviado de Hitler. Trataba de hacerse el
simpático. Después de la comida tocó todos los aires musicales de mi
predilección. Me dijo que debería conocer al Fuehrer. Hitler venía al hotel
todas las tardes y tenía seguridad de que me vería con agrado. En el curso de
la conversación se me ocurrió preguntar: ¿por qué el jefe de ustedes se muestra
tan violento con los judíos? Más tarde, cuando se había vuelto omnipotente,
habría yo de recibir varias invitaciones de Hitler. Pero ya entonces habían
ocurrido muchas cosas y tuve que excusarme […]”
“Fueron entonces las primeras veces que Churchill dejó a
Hitler con la mano tendida. Y no habrían de ser las últimas”.
Y sigue más adelante el escritor mexicano: “El capitán
Russell Grenfell, historiador inglés, considera nefasta para el mundo la
obstinación con que Churchill se negó a recibir la amistad que Hitler le
brindaba a Inglaterra. Y también juzga absurda la indignación con que
Churchill se refería a la ‘tiranía nazi’, al mismo tiempo que cortejaba a la
tiranía bolchevique, mil veces peor (‘Odio Incondicional’, Cap. R. Grenfell).”
Es increíble comprobar cómo la historiografía oficial ha
montado el relato de la “política de apaciguamiento” para frenar a Alemania y
pone como ejemplo el Pacto de Munich. Ahora bien: ese acuerdo se logró gracias
a los buenos oficios de Mussolini, de un lado; y, de otro, Bruno Spampanato prueba
que, dos semanas luego de su firma, Churchill le dijo a los norteamericanos:
“debemos rearmar”, “el pueblo británico aguardará bien despierto cualquier
eventualidad”, “existe ya una oposición entre nazismo y democracia”, “nos
defenderemos contra la barbarie”, etc. “Esto y algo más dijo Churchill a
América” -continúa Spampanato- “¿Es el mío un grito de guerra? Yo
declaro que es la única garantía para la paz”.
Winston Churchill. Sólo le faltaba decir “oinc, oinc”
La propuesta alemana y su rechazo
Hasta este punto, se ha probado sumariamente de qué
manera el judaísmo, la masonería y los demócratas deseaban la guerra contra
Alemania. Ahora bien: ¿qué fue lo que encendió el conflicto?
El Reich quería llegar a un acuerdo diplomático con
Polonia para solucionar el álgido tema del “Corredor Polaco”. El Tratado de
Versalles había hecho un desastre en ese punto, al separar Prusia Oriental del
resto de Alemania y al darle a Danzig el estatuto de “ciudad libre” bajo tutela
polaca, cuando era una ciudad alemana. ¿Cuál fue su propuesta? ¿Fue acaso salvaje,
desmedida, inaceptable? De ninguna manera. Así la refiere primariamente Von
Ribbentrop, Canciller alemán, en sus memorias:
“1. Reincorporación a Alemania de la ciudad libre de
Danzig. Danzig es una ciudad alemana, lo fue siempre y seguirá siéndolo.
2. Alemania tendrá a través del Corredor una autopista y
una línea férrea, que pertenecerán al Reich y tendrán carácter
extraterritorial.
3. Por su parte, Polonia tendrá asimismo una carretera o
una autopista y un ferrocarril, que conduzcan a Danzig y un puerto.
4. Polonia garantizará la celebración de unas elecciones
libres en el territorio de Danzig.
5. Las dos naciones reconocen sus fronteras comunes y
están dispuestas, además, a suscribir una mutua garantía territorial.
6. El tratado germano-polaco será renovado por un plazo
de 25 años.
7. Los dos países se someten a la cláusula consultiva del
tratado.”
El “Corredor Polaco”, artificio de
Versalles
El hecho de que Polonia no haya aceptado esta razonable
proposición y que, instigada por Francia y Gran Bretaña, haya movilizado sus
tropas y motivado las “operaciones” alemanas en Polonia (que tal acotado
carácter tenían prístinamente), evidencia cómo las “fuerzas ocultas”, por medio
de la crisis polaca, estaban buscando el casus belli contra Hitler que
finalmente encontraron.
Según informa Spampanato, el 3 de septiembre de 1939, el
gobierno alemán, en comunicación con el británico, resumía su parecer: “desde
hace muchos meses reina prácticamente en las fronteras orientales un estado de
guerra […] de no mediar Gran Bretaña entre Alemania y Polonia sin duda se
hubiese encontrado una solución justa y razonable […] El Reich sólo ha
pedido una revisión de los artículos del tratado de Versalles que ya en la
época de la conclusión del diktat fueron considerados, por estadistas
razonables de todos los pueblos, como imposibles e insostenibles para una gran
nación”.
“Recapitulando sobre el ‘ahogo’ militar, económico y
aduanero perpetrado por los polacos contra el Danzig, opuesto a su estatuto de
ciudad libre, y la situación insoportable del Corredor y las trágicas
condiciones de las minorías
-escribe Spampanato- la respuesta del Reich insiste en que Alemania sólo
quería alcanzar una solución equitativa; y que Inglaterra pudiera haber
convencido a Polonia en vez de ‘alentarla en su actitud delictiva y amenazadora
para la paz de Europa’”.
“La contestación alemana recuerda: ‘en semejante estado
de espíritu, el gobierno británico ha llegado a rechazar las proposiciones de
Mussolini que aún podían salvar la paz de Europa, pese a que el gobierno alemán
se declaró dispuesto a aceptar. El gobierno británico asume, por
consiguiente, la responsabilidad de todas las desgracias y sufrimientos que han
de caer sobre muchos pueblos’”.
Joachim Von Ribbentrop, Canciller del Tercer Reich. Propuso
una salida pacífica. Fue democráticamente ahorcado.
Palabras finales
Es manida la frase según la cual “los vencedores escriben
la Historia”. En el caso de la Segunda Guerra Mundial, se verifica plenamente.
Tarea es de quienes aman la Verdad y tienen Coraje, develar lo que realmente
ocurrió en esos años decisivos. La Providencia Divina permitió la “Derrota
Mundial”, quedó dicho. Mas pronto será la hora del Triunfo, y aplastadas serán las
fuerzas del Mal. Que así sea.
BRUNO ACOSTA
San Felipe y Santiago de Montevideo, treinta de agosto de
dos mil veinticuatro
Fuente: Revista
Verdad
Muy buen articulo del hermano oriental.
ResponderBorraratte.
Rudy