No
confíes en los príncipes
Por
Alan Fimister | 11 diciembre 2024
“No
pongas tu confianza en los príncipes, ni en los hijos de los hombres, porque en
ellos no hay salvación” (Sal 146:3)
Al
analizar las perspectivas del movimiento provida y el avance del Evangelio para
el próximo año 2025, puede resultar tentador imaginar que hay más esperanza en
lo temporal que en lo espiritual. A pesar de sus indudables deficiencias, la
reelección del cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos como su
cuadragésimo séptimo presidente es percibida sin duda como un revés por quienes
propagan la cultura de la muerte. El panorama eclesiástico, por otro lado, está
sumido en la confusión doctrinal, la anarquía disciplinaria y el colapso.
El
profeta y reformador dominico Girolamo Savonarola es a menudo descrito
erróneamente como «apocalíptico». De hecho, si bien Savonarola ciertamente
consideraba que el panorama de corrupción civil y eclesiástica que lo rodeaba
era lo suficientemente sombrío como para constituir la apostasía final, también
señaló que muchos de los precursores necesarios del fin de los tiempos no se
habían cumplido y era improbable que se cumplieran en un futuro próximo. Su
conclusión fue que una gran renovación de la Iglesia estaba a solo unas décadas
de distancia, aunque no antes de que Roma sufriera un terrible castigo. Ambas
expectativas se cumplieron con el saqueo de Roma en 1527 y la reforma Tridentina
posterior.
Apenas
unos años después del asesinato judicial de Savonarola a manos del papa
Alejandro VI, otro gran reformador, San Juan Fisher, fue nombrado obispo de
Rochester. Rochester era la sede más pobre de Inglaterra, pero Fisher, fiel a
la disciplina de Nicea, desdeñó la ambición eclesiástica y siempre se negó a
ser trasladado a otra diócesis. Al igual que Savonarola, era profundamente
consciente de la magnitud de la corrupción eclesiástica a la que se enfrentaba
la Iglesia. Reconoció que sus oponentes, los luteranos, no se equivocaban al
pensar que la curia romana:
En
ningún otro lugar la vida de los cristianos es más contraria a Cristo que en
Roma, incluso entre los prelados de la Iglesia, cuya conducta es diametralmente
opuesta a la de Cristo. Cristo vivió en la pobreza; ellos huyen de ella tanto
que su único propósito es acumular riquezas. Cristo rehuyó la gloria de este
mundo; ellos lo harán y sufrirán todo por la gloria. Cristo se afligió con
ayunos frecuentes y oraciones continuas; ellos ni ayunan ni oran, sino que se
entregan al lujo y la lujuria. Son el mayor escándalo para quienes viven una
vida cristiana sincera, ya que su moral es tan contraria a la doctrina de
Cristo, que a través de ellos el nombre de Cristo es blasfemado en todo el
mundo.
Apenas
un año antes de que San Juan Fisher fuera consagrado obispo de Rochester, el
asesino de Savonarola, Alejandro VI, el papa más escandaloso desde el siglo XI,
recibió su recompensa eterna. Si bien ninguno de los pontífices que sucedieron
a Alejandro VI en el siglo XVI fue tan espectacular en sus vicios como el 213.º
sucesor de San Pedro, aún pasarían tres décadas antes de que se eligiera un
papa que abordara seriamente los problemas que enfrentaba la Iglesia, y más de
cuatro décadas hasta la sesión inaugural del Concilio de Trento.
Apenas
cinco años después de que Fisher tomara posesión de su sede, Enrique VIII
accedió al trono inglés, inaugurando, o al menos eso parecía, una nueva era
dorada para Inglaterra. Santo Tomás Moro celebró la coronación con euforia:
“Este
es el día final de nuestra esclavitud, el comienzo de nuestra libertad, el fin
de la tristeza, la fuente de la alegría, porque este día se consagra a un joven
que es la gloria eterna de nuestro tiempo y lo convierte en su rey —un rey que
es digno no sólo de gobernar a un solo pueblo, sino de gobernar a todo el
mundo— un rey que enjugará las lágrimas de todos los ojos y pondrá alegría en
el lugar de nuestra larga angustia.”
Si
el papado no fue la fuente de renovación para la Iglesia de aquella época,
¿quizás este nuevo monarca podría serlo? Enrique VIII, aliado de los Habsburgo,
defensor de la Santa Sede, quien declaró haberse casado con la reina Catalina
de Aragón por amor, y sería proclamado Fidei Defensor por el Papa y Rex
Tomisticus por Martín Lutero (no lo decía como un cumplido), resultaría, uno
de los más sangrientos perseguidores de la Iglesia en mil años. Junto con su
boda con Catalina, una de las señales de que el reinado de Enrique VIII
marcaría una nueva era dorada fue el inmediato arresto y encarcelamiento de los
despiadados recaudadores de impuestos de su padre, Empson y Dudley. Muy pocos
se percataron entonces de que los cargos de traición por los que fueron
juzgados y ejecutados eran obviamente absurdos y de que estos hombres habían
sido asesinados judicialmente en forma similar al fraile italiano una década
antes. Tuvieron que pasar algunos años más de seria reflexión sobre el carácter
del rey para que Moro se diera cuenta de que «si mi cabeza le consiguiera un
castillo en Francia, no dudaría en irse».
Enrique
VIII fue probablemente el hombre más educado que se haya sentado en el trono de
Inglaterra. La suposición de que su Assertio Septem Sacramentorum (Afirmación
de los siete sacramentos) fue escrito por por un tercero ignora este hecho.
Esta educación, sin embargo, combinada con las tentaciones y oportunidades del
poder real y sus tendencias innatas a la crueldad y la lujuria lo
transformarían en el monstruo que logró la ruina espiritual de su país.
Ni
el papado ni el episcopado en general fueron fuentes de renovación para la
Iglesia de aquella época. Aunque los Cardenales supuestamente se visten de rojo
para simbolizar su disposición a morir por la fe, San Juan Fisher (que fue
nombrado Cardenal en la Torre y quizás nunca lo supo) es el único miembro del
Sacro Colegio que murió mártir. Y aunque Inglaterra era una de las regiones
menos corruptas de la Cristiandad en lo referido a la conducta de sus clérigos,
todos los obispos ingleses capitularon ante los actos heréticos y cismáticos de
Enrique VIII con excepción de Fisher.
Pero
la renovación, que finalmente evitó la destrucción temporal de la Iglesia
frente al tsunami protestante, requirió sin embargo, el respaldo papal para
tener éxito y, aunque el Emperador (Carlos V) fue mucho más urgente y sincero
en su deseo de un Concilio Ecuménico que cualquiera de los papas que presidieron
durante su reinado (1519–1555) el tipo de concilio que habría obtenido de haber
tenido éxito, habría sido un ejercicio catastrófico de equívoco teológico. El
emperador Juan VIII Paleólogo explicó en el Concilio de Florencia en el siglo XV
que poseía (como cabeza del laicado) el derecho a exigir que los obispos hicieran
su trabajo y juzgaran una cuestión de fe en disputa cuya oscuridad es
perjudicial para el pueblo, pero no pudo usurpar de los obispos el derecho de emitir
ese juicio.
Muchos
de los “movimientos” y las nuevas órdenes que han surgido en las décadas
transcurridas desde el Concilio para eludir el gobierno episcopal deficiente o
maligno, han demostrado ser callejones sin salida. A veces, el “fundador” demostró
haber sido un fraude y un depredador; otras veces el movimiento resultó ser una
tapadera para alguna absurda “revelación privada”. El problema radica en que el
episcopado monárquico fue instituido por Cristo para siempre como la estructura
adecuada para el gobierno de Su Iglesia, por lo que la corrupción episcopal no
puede evitarse — debe combatirse. Moro y Fisher cumplieron con sus deberes,
según su estado de vida, con los ojos abiertos a la realidad del mundo que los
rodeaba. Llegó la renovación, pero se fue necesario su sacrificio para lograrla.
Cuando
Moisés instó al pueblo de Israel a nombrar ancianos para que lo asistieran en
el gobierno de la nación (Dt 1, 13), el Espíritu descendió sobre los setenta elegidos,
pero también sobre otros dos que no habían sido seleccionados. Josué protestó y
le pidió a Moisés que los silenciara. Moisés lo reprendió, “¿Tienes celoso por
mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuese profeta!” (Nm 11:29). Pero cuando
Coré y sus seguidores intentaron rebelarse contra el gobierno de Moisés, la
tierra se abrió y se los tragó vivos, y los que se desanimaron fueron abatidos
por la peste.
Hoy
en día, muchos católicos, como San Juan Fisher, se sienten consternados por los
acontecimientos eclesiásticos y desconfían del gobierno ejercido por quienes
ostentan el poder espiritual. Los fieles de esta época, al igual que Santo
Tomás Moro en 1509, se inclinan a regocijarse por el giro de los
acontecimientos políticos y a esperar de ellos alguna mejora en el deplorable
estado de cosas. Al igual que Eldad y Medad, quienes profetizaron en el
campamento, santo Tomás Moro y san Juan Fisher no fueron figuras prominentes en
su época, sino críticos de las deficiencias de la cultura eclesiástica y civil.
Sin embargo, se mantuvieron leales a la autoridad legítima a pesar de todas sus
deficiencias, incluso cuando esa lealtad se castigaba con la muerte.
Es
un antiguo dicho entre los católicos que los cristianos no están llamados tanto
a ser cristianos como a ser alter Christus — ipse Christus. La
palabra Cristo significa «el ungido». Jesús es ungido en virtud de su divinidad
con el Espíritu Santo. Los profetas, sacerdotes y reyes del Antiguo Testamento
fueron ungidos con aceite para significarles los dones del espíritu para su
oficio, así como nosotros somos ungidos en los sacramentos y sacramentales del
Nuevo Testamento. Jesús se manifestó por primera vez como el Ungido en el
Jordán cuando fue bautizado por Juan y el Espíritu descendió sobre Él en forma
corporal como una paloma. Luego fue impulsado por el Espíritu (Mc 1,12) al
desierto donde el Diablo intentó tentarlo. En las tres tentaciones, el Diablo
intentó desviar a Cristo de cada uno de sus tres roles ungidos en los tres
lugares propios de esos roles. El desierto (para la profecía), el templo (para
el sacerdocio), y finalmente le muestra a Jesús todos los reinos del mundo y su
gloria y se los ofrece si tan solo se inclina y lo adora como el rey de este
mundo.
Savonarola,
Fisher y Moro ofrecen ejemplos útiles de hombres que no se dejaron llevar por
esas tentaciones. No escuchen a los profetas que se lucran con la profecía,
sino a la voz que clama en el desierto. No tientes al Señor ignorando la
corrupción eclesiástica con el argumento de que las puertas del infierno no
pueden prevalecer; entonces, ¿por qué preocuparse? No cedas a la tentación de
todos los reinos del mundo si el precio es la adoración del príncipe de este
mundo.
Fuente: Voice Of The
Family
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